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"La guerra de los treinta años" You On Here » "La guerra de los treinta años"

¿Cómo llegamos aquí? ¿Cómo es que una nación predominantemente de clase media se tornó en una oligarquía? Encontrará respuestas a estas preguntas en "Winner-Take-All Politics" un nuevo y revelador libro del científico político Jacob Hacker y Paul Pierson. Los autores tratan los números disponibles sobre la riqueza y pobreza en EEUU como una escena del crimen repleta de pistas, sospechosos, callejones sin salida y coartadas.

A diferencia de muchos expertos, políticos, y académicos, Hacker y Pierson se resisten a culpar a los sospechosos usuales: globalización, el surgimiento de una economía basada en la información y la muerte de la manufactura. El culpable en su drama es la política estadounidense misma en los últimos treinta años. Las pistas para entender el surgimiento de una nueva oligarquía se encuentra no en Nueva York o Nueva Delhi, sino en el Capitolio, junto con la avenida Pensilvania y la calle K, ese refugio en un mundo sin corazón para los lobbistas de Washington.

"Paso a paso y debate a debate", escriben, "los dirigentes públicos de EEUU han re-escrito las reglas de la política americana y de la economía americana de formas que benefician a los pocos a costa de los muchos."

La mayoría de los relatos sobre la desigualdad en EEUU datan de la década de los 80 con la administración del Presidente Ronald Reagan, el ícono anti-gobierno cuyas "Reaganomics" son comúnmente señaladas como la causa de los problemas actuales. Error, dicen Hacker y Pierson. Los orígenes de la oligarquía se remontan a finales de los 70 y a la poco probable figura de Jimmy Carter, un presidente demócrata con un congreso demócrata. Fueron los logros y fracasos de Carter, argumentan, los que lanzaron lo que el economista Paul Krugman ha llamado "la Gran Divergencia."

En 1978. la administración Carter y el Congreso aplicaron un plumón rojo a la ley de impuestos, cortando la tasa máxima del impuesto sobre la renta del 48% al 28%, una bendición para los estadounidenses adinerados. Al mismo tiempo, el esfuerzo más ambicioso en décadas para reformar la ley laboral americana para facilitar la formación de sindicatos murió en el senado, a pesar de una super mayoría demócrata de 61 votos. Asimismo, una propuesta para una oficina de representación para el consumidor, una agencia de apoyo de $15 millones que trabajaría a favor del estadounidense promedio fue derrotada por un lobby de negocios cada vez más poderoso.

Ronald Reagan, se podría decir, simplemente tomó la batuta que le entregó Carter. Su Economic Recovery and Tax Act (ERTA) en 1981 agrupaba una gran cantidad de regalitos que cualquier oligarquía apreciaría, incluyendo recortes de impuestos a corporaciones y recortes de impuestos sobre ganancias y posesiones, y un 10% de exclusión sobre el impuesto sobre la renta para parejas casadas en familias con dos miembros trabajadores. "ERTA fue el máximo triunfo legislativo de Reagan, una re-escritura fundamental de las leyes de impuestos de la nación en favor de resultados del ganador-se-lleva-todo."

La mesa estaba puesta para que los ricos se separasen de manera definitiva y abrumadora de los demás. El momento del fervor de los recortes de impuestos llegó a las administraciones de George H. W. Bush y Bill Clinton, y en el 2000 se convirtió en el grito de batalla de la campaña de George W. Bush. Fue Bush II, después de todo quien le dijo a un cuarto lleno de donadores un una cena de $800 el plato:"Algunas personas les llaman la elite, yo los llamo mi base," y quien prometió que sus recortes de impuestos del 2001 serian una bendición para todos los estadounidenses. No lo fueron: según Hacker y Pierson, el 51% de los beneficios van al 1% más rico.

Estos recortes estarán con nosotros por mucho tiempo si el partido republicano se sale con la suya. Acepte la palabra del congresista republicano Dave Camp al respecto. El 16 de noviembre, Camp, un republicano de Michigan, dijo que la única solución aceptable para los recortes de la era Bush no era únicamente protegerlos para todos aquellos con ingresos, ricos o pobres, sino pasar más medidas similares. Cualquier cosa en medio, cualquier compromiso, incluyendo la propuesta del Presidente Obama para extender los recortes de Bush a las clases media y trabajadora pero no a la rica era "una pésima idea, un punto de no-inicio."

¿Por qué debería importarnos lo que dice Dave Camp? He aquí la respuesta: en enero él heredará el asiento de mando en el poderoso comité de Ways and Means del congreso, aquél encargado de escribir las leyes de impuestos de la nación. Y aún cuando muchos estadounidenses no reconozcan su nombre, el mensaje de Camp seguramente hizo que las elites adineradas de América suspirasen con alivio. Podría resumirse así: no teman, estadounidenses adinerados, su dinero está a salvo. Las políticas que los hicieron ricos no van a ninguna parte.

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