Ningún entendimiento del alza de la nueva oligarquía puede estar completo sin explorar los efectos del fallo de la Corte Suprema en el caso January Citizens United, el cual solidificó su poder de una forma que ningún recorte de impuestos anterior pudo hacerlo. Antes de Citizens United, los ricos usaban su dinero para sutilmente dar forma a la política, cortejar políticos e influenciar elecciones. Ahora, con tanto dinero entrando a sus bolsillos y el grifo de contribuciones bien abierto, pueden simplemente comprar la política americana siempre y cuando el precio sea el correcto.
No hay ningún error en como, en menos de un año, Citizens United ha radicalmente inclinado el campo político de juego. Junto con muchos fallos de la corte, dio lugar a American Crossroads, American Action Network y muchos otros grupos similares que ahora pueden recaudar donativos ilimitados con un juego patético de requisitos para revelar a sus financiadores.
Lo que la presente Corte Suprema, en sí misma el fruto de varias administraciones seguidas empeñadas en la des-regulación y los recortes de impuestos, ha asegurado es esto: en una "democracia" estadounidense, solo el público permanece a oscuras. Incluso para reporteros dedicados, rastrear a estos grupos es como perseguir sombras: direcciones oficiales llevan a apartados postales; no se regresan llamadas; las puertas se cierran en tu cara.
El pequeño vistazo que tenemos de las personas que financian esta operación es un quien es quien de la nueva oligarquía: los multimillonarios Hermanos Koch ($25,1 mil millones); financiero George Soros ($11 mil millones), el CEO de fondos de cobertura Paul Singer (su fondo, Elliott Management, vale $17 mil millones), el inversionista Harold Simmons (valor neto: $4,5 mil millones); el capitalista de riesgo de Nueva York Kenneth Langone ($1,1 mil millones); y el magnate de bienes raíces Bob Perry ($600 millones).
Luego está la plantilla de corporaciones que han utilizado su generosidad para influenciar la política americana. Compañías de seguros de salud, incluyendo United Health Group y Cigna donaron la impresionante cifra de $86,2 millones a la Cámara para matar a la opinión pública, inyectando el dinero mediante el grupo America's Health Insurance Plans. Y gigantes corporativos como Goldman Sachs, Prudential Financial, y Dow Chemical han dado millones más para cabildear contra nuevas regulaciones financieras y químicas.
Como resultado, la historia central de las elecciones de mediados del 2010 no es la victoria republicana o la derrota demócrata o la ira Tea Party; es la guerra relámpago del dinero exterior, la mayor parte del cual proviene de organizaciones de derecha como el American Crossroads de Rove y el U.S. Chamber of Commerce. Es una triste ilustración de lo que sucede cuando tanto dinero termina en manos de tan pocos. Y con las reformas a los gastos de campaña derrotadas por años por venir, la guerra de gastos solo empeorará.
De hecho, los expertos predicen que los gastos en las elecciones del 2012 romperán todos los récords. Piénselo de esta manera: en el 2008, el gasto electoral total llegó a $5,3 mil millones, mientras que los $1,8 mil millones gastados únicamente en la campaña presidencial duplicaron el total del 2004. ¿Qué tan alto podemos llegar en el 2012? ¿$7mil millones? ¿$10 mil millones? Al parecer el cielo es el límite.
No es necesario esperar, sin embargo, a que llegue el 2012 para saber que el mero volumen de dinero que está siendo bombeado a la política estadounidense se burla de nuestra democracia (o lo que queda de ella). Peor aún, existen pocas soluciones para detener el flujo de efectivo: la ley DISCLOSE, cuyo objetivo es contrarrestar los efectos de Citizens United, ha fracasado dos veces en el Senado este año; y la mejor opción, financiamiento público de elecciones, no logra una audiencia en Washington.
Hasta que los legisladores limiten el dinero en la política, a la vez que obligan a los donantes a revelar sus identidades y a no esconderse en las sombras, la nueva oligarquía solo crecerá en estatura e influencia. Si no es frenada, esta elite continuará por deshacerse de los últimos miembros del Congreso que no están al servicio de sus personas y "contribuciones" (véase: Russ Feingold de Wisconsin) y los reemplazarán con legisladores dispuestos a hacer su trabajo, un Congreso lleno de políticos temporales obedientes listos para darle a sus donantes lo que quieren.
Nunca antes los Estados Unidos se vieron tanto como un país de los ricos, por los ricos y para los ricos.