Por Dr. Octavio Dilewis Ibarra-Tamayo
Pero nadie debería pedirle razones al alma, son cosas de Dios que están muy por encima del rango, del alcance, de un humilde mortal como yo...
Eso sí, ese por qué es absolutamente causal, es decir, para nada casual, podrá estar volando, en órbita, a miles de millas, kilómetros, de distancia, aprovechándose de la libertad casi absoluta que sólo es dada al espíritu que nos desborda, y de que el inspirado está flotando en el aire de tanta ilusión, de tanto amor, pero gira, se expresa, vive, vibra, alrededor de un motivo único, espléndido, deliciosamente abrumador, tu...
Esta carta no tiene destinataria implicita, pero entre los millones de musas inspiradoras que pudieran haber en el planeta, tu sabes, te consta, estás segura, sé que así lo percibes, que no tienes la más mínima duda, de que es tuya, es decir, para ti, desde la primera hasta la última letra, en toda la dimensión de mi ser, mi pensar, y mi amar...
Te lo aclaro, lo que por esta vía hago fluir no es un poema; no soy poeta, ni escritor, ni periodista, soy empresario, abogado, analista financiero, como ves, artes y oficios, todos, muy prácticos, inyectados de pragmatismo a más no poder, por tanto nada derivados del espíritu y, sí, escribo, pero sin la pretensión de hacer algo trascendental en las artes...
Es más, soy sensible, idolatrador de las féminas, creyente de que las hembras, con todo lo que ellas implican, son la más inequívoca bendición del universo, que en la esencia de la totalidad de ellas hay arte puro, del más sublime y subyugante, del más adorable, sin embargo en mi yace, yo diría que en más de un 90 por ciento de mi esencia, un tipo duro, al estilo de John Wayne...
Tenido en cuenta lo anterior se deja claro que esta expresión sincera del torbellino de sentimientos, de adoración, de entrega, que brota de mi, sólo tiene un motivo, un catalizador, un detonante, un móvil, un objetivo: exteriorizar lo que siento de un modo tan inequívoco, como para que no quede ni la más mínima duda acerca de que te amo.
Te vi por primera vez entre los árboles, aquel otoño, y te amé...
Desde el primer dia te amé...
Parecias, sobre las hojas secas, que digo, no parecías, eras, una Diosa bajada desde el mismísimo Olimpo. Todo irradiaba luz a tu alrededor, hasta aquellas otoñales hojas secas.
Luego esa foto en la que me sumergí, en cuerpo y alma, porque allí estabas tu, majestuosa, hasta más madura, como si ya hubieran pasado doce años desde aquel bendito día en que te conocí y te amé.
Soy especialista en algunos campos del saber humano, en cambio, admito que no sé mucho sobre muchas cosas, pero hay algo que sí sé, te amo, y eso es lo único que me importa.