Por Dr. Octavio Dilewis Ibarra-Tamayo
... que la hiciera feliz cada minuto de su preciosa existencia, que se ahogaría en el profundo y bellísimo mar de sus ojos, en la turbulencia de su perfumada respiración, en los latidos de su tierno corazón, en la inmensidad oceánica de su belleza, en el paradisíaco universo de su alma, en su ser prodigioso y único, en la majestuosidad olímpica de su silueta, etc, etc, etc,...
... no la habría estado adulando, sólo estaría reconociendo algo que es evidente, obvio, abrumador, para cualquier caballero que ame de modo especial y único la belleza de las féminas cuando esta es excepcional, tal cual es el caso de esta Majestad bajada desde el mismísimo Olimpo (prefiero llamarla así porque intuyo que a ella le gusta y obvio, siempre me sentiría mejor haciendo o diciendo las cosas que a ella le gusten).
Todo lo anterior dicho con un inmenso y profundo respeto, y con la conciencia de que esa excepcionalmente divina jovencita tiene sólo unos pocos añitos y que, aunque es mayor de edad es muy tierna aún.
Gracias.